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martes, 15 de marzo de 2011

Pena de muerte: Violencia Institucional

Cuando razón y emoción echan un pulso para dilucidar cuál de las dos impone un castigo ante un acto atroz, suele vencer el bando de las pasiones más viscerales. 
Esas pasiones que guían nuestra conducta son tan humanas como cotidianas, pero hemos sido nosotros mismos los que las hemos envilecido al catalogarlas como pecados mortales; bajo la nomenclatura de "Los Siete Pecados Capitales".
En las pasiones no existe el equilibrio en la balanza y tampoco la medida.


En la enumeración de Los Pecados Capitales hay un espacio reservado para un octavo que habrá caído en "El Olvido", ése mueble que fácilmente pasa inadvertido en algún rincón de La Historia, mientras el tiempo lo va cubriendo con capas y capas de polvo.
"La Venganza" es el pecado eternamente olvidado; a medio camino entre sentimiento y pasión, funcionando bajo el mandato caprichoso del instinto, nace de las ansias del afectado por saborear el sufrimiento reservado al agresor. ¿Hay algo más irracional que la venganza? Sí, sí lo hay. Se llama pena de muerte y es el mayor acto de violencia institucional.

¿Cómo podemos, la sociedad del siglo XXI concebir que se institucionalice semejante "pecado capital"? Estamos dormidos, anestesiados, hipnotizados... permanecemos impertérritos mientras algunos, tan humanos como el resto de los mortales, sufren delirios de grandeza y juegan a ser dioses, atribuyéndose el poder de disponer de la vida de miles de personas bajo el visto bueno de la ley y de "la ética de lo políticamente correcto". Ajusticiados, en algunos casos "cabezas de turco" privados de cualquier presunción de inocencia, sin posibilidad de contar con una defensa legítima y sin opción a un juicio justo. 
Nos hemos convertido en una gran masa confusa, desorientada y perdida; pero si por un momento queremos hacernos cargo de lo que está sucediendo bajo la suela de nuestros zapatos, admitamos y aceptemos que la silla eléctrica o la inyección letal no son bálsamos para cerrar las heridas y calmar el dolor, sino instrumentos de alimento y satisfacción de morbo. ¿Por qué, si no, mantener ese monstruoso ritual de llevar a cabo las ejecuciones ante la presencia de público en la sala? El cristianismo lleva dos mil años recordando a La Humanidad el sufrimiento de un hombre crucificado; cuando percibo la aterradora imagen que ilustra esta entrada, veo una cruz tumbada que espera sin prisa, pero con la seguridad de que será suyo el último aliento del próximo reo de la lista del Corredor de La Muerte.
La pena de muerte no es un castigo, su fin no es modificar o sustituir ciertas actitudes, conductas o comportamientos. ¿Qué hay de la reinserción en los casos en que ésta se considera viable? La pena de muerte es una medida trágicamente drástica, sin alternativas una vez tomada, sin vuelta atrás, ni compensación por daños y perjuicios. En la esencia del Ser Humano están intrínsecos el cambio, la introspección, la reflexión y la adaptación; nos planteamos el futuro y nos replanteamos el pasado, constantemente. ¿Y si el verdugo recibe la visita del fantasma del arrepentimiento? Somos humanos, actuamos y nos equivocamos. Todos nos merecemos una segunda oportunidad.
La pena de muerte es "el brazo de la ley" que empuñan aquéllos que tienen sed de venganza.

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